miércoles, 26 de diciembre de 2018

EN LA CARNE


Juan 1:14

En cada mención y descripción de Jesús, la Biblia declara el poder y la trascendencia de la encarnación.

La palabra encarnación procede de la voz latina carne, y significa… en carne. Juan comienza su evangelio diciéndonos estas notables palabras: Que Dios se ha revelado, no como una zarza ardiente o como una tormenta ensordecedora, sino como un ser humano, como Jesús Véase Juan 1:14.

Esta revelación en carne es diferente a todas las demás, tanto es así que Jesús dice a sus discípulos: El que me ha visto, ha visto al Padre Juan 14:9 y 12:45. La encarnación nos reveló a Dios y al misterio de la Trinidad, y toda consideración de lo que eso significa debe comenzar aquí.

Una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana es que Jesucristo fue una persona con dos naturalezas, que era plenamente Dios y plenamente hombre. Desde el Concilio de Calcedonia… año 451 d.C., la iglesia ha afirmado que la Biblia enseña que Jesucristo tiene todos los atributos de Dios, y todos los atributos del ser humano.

Jesús podía perdonar pecados y calmar las tormentas, pero también tener hambre y experimentar sufrimiento. Lo que solamente Dios podía hacer, Jesucristo lo hizo.
Lo que solo los seres humanos podían experimentar y saber, Jesús lo experimentó y conoció.

A diferencia del Salvador, nosotros venimos al mundo siendo parte de la descendencia de Adán, heredando su naturaleza pecaminosa y desobediente. Romanos 5:12
La Biblia dice claramente que Cristo era plenamente humano, pero que también era… y es libre de pecado. ¿Cómo es posible esto? En primer lugar, debemos notar que el pecado no es un elemento esencial de la condición humana.

Dios no creó a la humanidad para pecar.
Ésta se volvió pecadora por la desobediencia de Adán. Por otra parte, debido a que nacemos pecadores por naturaleza, también elegimos cometer pecados. En otras palabras, el gran problema para nosotros no es que seamos humanos, sino que somos seres humanos caídos, y la decisión de pecar es nuestra.

Pero en Cristo, nos convertimos en nuevas criaturas y recibimos un corazón nuevo. Ya no seguimos siendo enemigos de Dios Romanos 5:10. Y cuando Jesucristo vuelva en su gloria, quienes le llamamos Señor y Salvador seremos transformados en un estado absolutamente libre de pecado y glorificado.

En segundo lugar, Dios Hijo es plenamente Dios.
Él ha existido eternamente antes de que Adán fuera creado y, por lo tanto, carece de pecado; pero esto no quiere decir que Él fuera, de alguna manera, supehumano. Antes bien, esto pone de relieve el efecto terrible del pecado de Adán en todos sus descendientes. De modo que no debemos restar importancia a la vida sin pecado que tuvo Cristo, y tratar eso como que tenía que ser así.

La Biblia es clara al decir que Cristo, como alguien que fue plenamente humano, tuvo la opción de pecar o no. Pero, a diferencia de los demás seres humanos, Jesús decidió someterse a Dios Padre Hebreos 4:15. Subestimar esto creyendo que eso tenía que ser así, es menospreciar el profundo dolor de Jesús, sus fervorosas súplicas, y su magnífica obediencia en el Getsemaní.

Erramos cuando limitamos nuestro análisis de la encarnación solamente a los pasajes que mencionan el nacimiento de Cristo. En ese momento, Dios Hijo experimentó un cambio que no puede ser comprendido, un cambio que sigue siendo incomprensible ahora y que seguirá siéndolo por toda la eternidad.

Él condescendió a convertirse en humano, y a ser plenamente Dios y plenamente hombre. En otras palabras, cada vez que el Nuevo Testamento habla de Jesús, proclama la encarnación. Jesús vino a cumplir la gran obra de Dios en la salvación, para ser el sacrificio perfecto, para traer la reconciliación, y para rescatar a su pueblo de este presente siglo malo.

La vida encarnada
La encarnación se refiere a Dios Hijo haciéndose presente en carne, pero ¿significa esto que, en cierto sentido, la encarnación continúa en la iglesia, en la vida de los creyentes?

La iglesia es llamada, después de todo, el cuerpo de Cristo. La Palabra de Dios dice claramente que el espíritu de Cristo habita dentro de sus seguidores. Además, por su gracia, Dios sigue transformándonos, haciéndonos más como Él. Llegamos a ser, semejantes a Cristo, porque es Él quien vive en nosotros Véase Gálatas 2:20. Pero tengamos cuidado de no confundirnos.
Cada vez que el Nuevo Testamento habla de Jesús, proclama la encarnación. Jesús vino a cumplir la gran obra de Dios en la salvación.

La encarnación se refiere a Jesús como una persona con dos naturalezas divina y humana. No debemos pensar que la encarnación es simplemente Cristo habitando en un cuerpo humano. La carne no era simplemente de lo que Él estuvo revestido.

En otras palabras, Dios encarnado no es otra forma de decir que Dios residió en un cuerpo humano. Equiparar la presencia de Cristo en nuestra vida con la encarnación, pasa por alto esta importante distinción. Lo que, es más, cuando confesamos a Cristo como Señor y Salvador, y nos arrepentimos de nuestros pecados, el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros y comienza el trabajo de transformarnos a la semejanza del Señor.

Pero no nos convertimos en Cristo, ni tampoco adquirimos dos naturalezas, en el mismo sentido de Cristo.

Pero no nos quede la menor duda de que, cuando confesamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, algo extraordinario ocurre. No actuamos simplemente de manera diferente. Somos diferentes. Somos nuevas criaturas que pertenecemos a una nueva humanidad; somos ahora de la línea de Cristo, no de Adán 2 Corintios 5:17.

Amamos a Dios Padre como lo ama Cristo.
Amamos a los demás como lo hace Cristo. El Espíritu Santo hace su tabernáculo en nosotros, y nos volvemos más como el segundo Adán, y menos como el primero. Significa que anhelamos el día del regreso de Cristo.
Y, hasta que eso suceda, proclamamos a Cristo al mundo porque sabemos quién es Él… el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros.

Bendiciones y hasta pronto